lunes, 11 de junio de 2012

ARTÍCULO DE INTERÉS: "NO TOLERAN LA IGUALDAD"

Por Sandra Guimenez - Socióloga, doctora en Ciencias Sociales, UBA.

Algunos acontecimientos sucedidos en estos últimos días, relacionados con protestas y oposiciones hacia medidas tomadas por el Poder Ejecutivo nacional e incluso por el provincial, invitan a comprender cabalmente el sentido de tales ofuscaciones sociales y a desgranar qué es lo que realmente se está batallando.

Los grandes productores agropecuarios de la provincia de Buenos Aires presentan una fuerte resistencia a la actualización fiscal del valor de sus campos, aun cuando la última se hubo realizado hace cincuenta años. 
Accedieron a ganancias extraordinarias y millonarias en la última década, que a la sociedad le implicó un costo elevado presente y futuro por el deterioro del suelo y la extinción de otros cultivos, pero no están dispuestos a compartir un pequeña parte de esos dividendos con el resto de la sociedad. No sólo fueron objeto de políticas públicas específicas, sino que también fueron receptores de la búsqueda intencionada de recomposición del vínculo por parte del Gobierno; es decir, además de fondos, subsidios y créditos, recibieron un gesto amable posconflicto en la atención de sus necesidades. 
Estos grupos, antes que productores, son representantes de una élite social que históricamente colisiona con aquellos gobiernos que se interesan por establecer ciertos balances sociales. Y, como parte de una clase social históricamente antipopular y antinacional, prefieren optar por arrojar su producción a la ruta, antes que pagar una moderada reactualización del valor de los campos, no sea cuestión de que ese revalúo se transforme en políticas “populistas” que, desde su discurso, atentan contra la cultura del trabajo.

Por otro lado, llama la atención las protestas callejeras que vienen llevando a cabo algunos vecinos de zonas acomodadas de Capital Federal que, cacerola en mano, se reunieron en las esquinas para manifestar su rechazo a la política oficial de controlar la compra de moneda extranjera. Más allá de mi opinión sobre la forma de encarar esa medida (que, considero, hubiera requerido otro tipo de comunicación hacia la sociedad por el tipo de relación adictiva que históricamente se construyó con el dólar), lo que resalta es que detrás de este reclamo, si bien hay vecinos “sueltos”, se agazapan aquellos mismos sectores antipopulares y antinacionales que, engarzados con sectores de la Iglesia, la derecha más reaccionaria y algunos pro-políticos, tienen muy claro que necesitan desestabilizar un proyecto de país que pretende nivelar diferencias sociales que llegaron a ser escandalosas allá por el 2002.

Y llego aquí al meollo de la cuestión: ¿qué defienden realmente estos sectores?, ¿qué aspecto eriza su sensibilidad al punto de pretender que estamos viviendo una dictadura? Lo que está dando vueltas allí es que lo que no se tolera es avanzar (aunque sea lenta y moderadamente) hacia una sociedad más igual.
Durante los años de vigencia del Estado de bienestar, comenzó a constituirse la percepción de que la sociedad argentina abogaba por una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos que emparejara de alguna manera las diferencias de origen. Erradamente, ello indicaba que, entonces, esta sociedad buscaba ser más igualitaria, eliminando o suavizando lo más que se pudiera la diferencia entre las distintas clases sociales. Y digo erradamente, porque justamente la historia de nuestro país refleja que, cada vez que esta sociedad empieza a sostener un proyecto que tiende a ser más “igualitarista”, se producen fuertes enfrentamientos de clase. 
En todo caso, esta sociedad tolera transversalmente la expectativa de que las personas que conforman esas clases mejoren su situación, es decir, se tolera la expectativa de la “mejoría”. Pero ello se soporta si la mejoría no implica que se borren ni las diferencias ni los privilegios de clase.
Los sectores más acomodados, así como algunos de clase media, no resisten que la expectativa de la mejora se transforme en expectativa de igualdad, porque lo que los sostiene como clase tanto desde el punto de vista económico como social y principalmente cultural, es reconocerse por oposición superior a la masa desgreñada que nació únicamente para trabajar y vivir con lo justo. Los escandaliza sólo pensar que un trabajador pueda acceder a los estándares de vida a los que ellos están acostumbrados “naturalmente”, porque ésa es la vida que conocen y que quieren seguir sosteniendo aun a riesgo de que toda la sociedad se vaya al demonio.

La construcción por delante no es nada sencilla, requiere una batalla económica, social, política y profundamente cultural en pos de lograr un consenso en torno a que una gran parte de la sociedad tome como suya la bandera de la tolerancia a una sociedad más igual y, consecuentemente, que legitime políticas que globalmente tiendan a ese objetivo.