Por Sandra Guimenez - Socióloga, doctora en Ciencias
Sociales, UBA.
Algunos acontecimientos sucedidos en estos últimos días,
relacionados con protestas y oposiciones hacia medidas tomadas por el Poder
Ejecutivo nacional e incluso por el provincial, invitan a comprender cabalmente
el sentido de tales ofuscaciones sociales y a desgranar qué es lo que realmente
se está batallando.
Los grandes productores agropecuarios de la provincia de
Buenos Aires presentan una fuerte resistencia a la actualización fiscal del
valor de sus campos, aun cuando la última se hubo realizado hace cincuenta
años.
Accedieron a ganancias extraordinarias y millonarias en la última década,
que a la sociedad le implicó un costo elevado presente y futuro por el
deterioro del suelo y la extinción de otros cultivos, pero no están dispuestos
a compartir un pequeña parte de esos dividendos con el resto de la sociedad. No
sólo fueron objeto de políticas públicas específicas, sino que también fueron
receptores de la búsqueda intencionada de recomposición del vínculo por parte
del Gobierno; es decir, además de fondos, subsidios y créditos, recibieron un
gesto amable posconflicto en la atención de sus necesidades.
Estos grupos,
antes que productores, son representantes de una élite social que
históricamente colisiona con aquellos gobiernos que se interesan por establecer
ciertos balances sociales. Y, como parte de una clase social históricamente
antipopular y antinacional, prefieren optar por arrojar su producción a la
ruta, antes que pagar una moderada reactualización del valor de los campos, no
sea cuestión de que ese revalúo se transforme en políticas “populistas” que,
desde su discurso, atentan contra la cultura del trabajo.
Por otro lado, llama la atención las protestas callejeras
que vienen llevando a cabo algunos vecinos de zonas acomodadas de Capital
Federal que, cacerola en mano, se reunieron en las esquinas para manifestar su
rechazo a la política oficial de controlar la compra de moneda extranjera. Más
allá de mi opinión sobre la forma de encarar esa medida (que, considero,
hubiera requerido otro tipo de comunicación hacia la sociedad por el tipo de
relación adictiva que históricamente se construyó con el dólar), lo que resalta
es que detrás de este reclamo, si bien hay vecinos “sueltos”, se agazapan
aquellos mismos sectores antipopulares y antinacionales que, engarzados con
sectores de la Iglesia ,
la derecha más reaccionaria y algunos pro-políticos, tienen muy claro que
necesitan desestabilizar un proyecto de país que pretende nivelar diferencias
sociales que llegaron a ser escandalosas allá por el 2002.
Y llego aquí al meollo de la cuestión: ¿qué defienden
realmente estos sectores?, ¿qué aspecto eriza su sensibilidad al punto de
pretender que estamos viviendo una dictadura? Lo que está dando vueltas allí es
que lo que no se tolera es avanzar (aunque sea lenta y moderadamente) hacia una
sociedad más igual.
Durante los años de vigencia del Estado de bienestar,
comenzó a constituirse la percepción de que la sociedad argentina abogaba por
una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos que emparejara de alguna
manera las diferencias de origen. Erradamente, ello indicaba que, entonces,
esta sociedad buscaba ser más igualitaria, eliminando o suavizando lo más que
se pudiera la diferencia entre las distintas clases sociales. Y digo
erradamente, porque justamente la historia de nuestro país refleja que, cada
vez que esta sociedad empieza a sostener un proyecto que tiende a ser más
“igualitarista”, se producen fuertes enfrentamientos de clase.
En todo caso,
esta sociedad tolera transversalmente la expectativa de que las personas que
conforman esas clases mejoren su situación, es decir, se tolera la expectativa
de la “mejoría”. Pero ello se soporta si la mejoría no implica que se borren ni
las diferencias ni los privilegios de clase.
Los sectores más acomodados, así como
algunos de clase media, no resisten que la expectativa de la mejora se
transforme en expectativa de igualdad, porque lo que los sostiene como clase
tanto desde el punto de vista económico como social y principalmente cultural,
es reconocerse por oposición superior a la masa desgreñada que nació únicamente
para trabajar y vivir con lo justo. Los escandaliza sólo pensar que un
trabajador pueda acceder a los estándares de vida a los que ellos están
acostumbrados “naturalmente”, porque ésa es la vida que conocen y que quieren
seguir sosteniendo aun a riesgo de que toda la sociedad se vaya al demonio.
La construcción por delante no es nada sencilla, requiere
una batalla económica, social, política y profundamente cultural en pos de
lograr un consenso en torno a que una gran parte de la sociedad tome como suya
la bandera de la tolerancia a una sociedad más igual y, consecuentemente, que legitime
políticas que globalmente tiendan a ese objetivo.
Vía pagina12.com.ar